Es casi un lugar común hablar en estos tiempos, del enorme descrédito que pesa sobre los partidos políticos. Para nadie es un secreto que cuando la sociedad evalúa a su autoridad, de cualquier nivel y de cualquier signo partidista, los niveles de desaprobación son elevados. Es lo que se conoce como el mal humor social.
Quienes creen que las encuestas sólo reprueban al gobierno federal priista y a partir de eso hacen predicciones automáticas para los comicios del 2017 y del 2018, se equivocan. Si se traslada a los estados el ejercicio de preguntar la opinión ciudadana de sus gobernantes, casi no hay quien se salve.
Ocurre lo mismo en la Ciudad de México, con Miguel Ángel Mancera, que en Tabasco con Arturo Núñez, los dos del PRD. Este último, incluso ya desde su segundo año de gobierno, llevaba porcentajes de reprobación similares al que registraba su antecesor, el priista Andrés Granier, al final de su sexenio.
Pero la baja calificación alcanza también a los gobiernos panistas, e incluso a los gobernadores aliancistas que ganaron la batalla electoral al PRI, pero van perdiendo la guerra del desgaste cotidiano que implica gobernar ante una sociedad crítica, molesta porque las promesas que unos y otros partidos hacen en campaña, no se hacen realidad.
El caso de las alianzas es realmente patético: la mezcla de intereses personales y de partidos coaligados, termina por desdibujar cualquier proyecto político y cualquier propuesta de campaña, y lo que ha surgido de ellos son liderazgos unipersonales que terminan actuando como en el caso de Puebla, con Javier Moreno Valle, igual o peor que lo que ya no se quería más, es decir, gobernantes usando recursos públicos para perfilar futuras candidaturas.
¿Están haciendo los partidos algo para adaptarse a la difícil realidad que plantea la desconfianza de los ciudadanos y la mala imagen en general que tiene la política? Todo indica que no, porque como se plantea en Nayarit y en Estado de México, las dirigencias nacionales de los partidos de oposición insisten en juntar sus propios negativos y presentarse en bloque ante el electorado, creyendo que la suma de logotipos va a hacerlos menos impresentables.
Lo que no está viendo Ricardo Anaya, el dirigente nacional del PAN, es que las alianzas electorales que logran el milagro de juntar el agua y el aceite, lo que provocan es que la gente mire a los independientes como mejor opción, sobre todo porque se presentan a las urnas como personas despojadas de los membretes, aunque después veamos que no pueden quitarse el estigma partidista; es el caso, por ejemplo, de Jaime Rodríguez, El Bronco, en Nuevo León, que gracias a sus ocurrencias, ha terminado por convencer a muchos que llegar al gobierno sin una propuesta y un respaldo partidista termina siendo peor, un salto al vacío.
¿Hay futuro para los partidos políticos, o las elecciones del año próximo van a generar una camada de nuevos gobernadores independientes en Estado de México y Nayarit? Creo que ante la actitud aliancista opositora, al que se le abre un espacio de oportunidad es, contra todo pronóstico, al PRI.
Si el tricolor logra construir candidaturas capaces de romper inercias, de sacudir sus estructuras y de construir un mensaje de estabilidad y de esperanza al electorado, estará en mejores condiciones que el resto de los partidos ante la amenaza que representan los independientes.
En el Estado de México, por ejemplo, el PRI es el único instituto político que cuenta con cuadros que pueden reflejar a diversos grados, el nivel de cambio y de nuevos compromisos que está dispuesto a asumir con los electores.
Hagamos un somero análisis: si sólo se quisiera la continuidad del proyecto del gobernador Eruviel Ávila, puede optar por Carlos Iriarte o César Monge, aunque este último no tiene buenas cuentas en la Secretaría de Salud; si imperara la visión del Grupo Atlacomulco, el candidato más viable es Alfredo del Mazo.
Pero si el PRI quisiera presentarse al reto electoral del 2017 con rostros más ciudadanos, tiene por lo menos dos cartas, la de Ana Lilia Herrera, la recién nombrada Secretaria de Educación, y la de Raúl Domínguez Rex, diputado federal mexiquense que ya fue líder estatal del partido y que con una carrera política exenta de cuestionamientos públicos, tiene tanto o más nivel de conocimiento popular que cualquiera de los otros aspirantes.
De hecho, Domínguez Rex se ha convertido a nivel de la base social del PRI en el Estado de México, en el “caballo negro” de la contienda que aunque formalmente no ha arrancado, se encuentra próxima a hacerlo. Se trata de un político que aunque cercano al gobernador Eruviel Ávila, tiene un discurso renovador basado en el continuismo crítico, y que a diferencia de otros de sus correligionarios, conecta bien con los jóvenes, ese segmento electoral que significa el fiel de la balanza en los comicios que están por venir.
Así las cosas, mientras que el PAN pretende imponer a Josefina Vázquez Mota al resto de los partidos opositores que quieren la alianza, mientras Morena se perfila por la diputada federal Delfina Gómez, una sumisa representante del Grupo Texcoco que domina a ese partido, el PRI puede optar por variadas opciones y cuenta con un perfil, el del diputado Domínguez Rex, que irrumpe en la escena con un liderazgo renovador que desde la institucionalidad partidista, puede representar una candidatura triunfadora para el PRI, algo que sin él en la lista de aspirantes, parecía imposible