Dice la leyenda azteca que el primer ajolote, la salamandra plumosa y con aletas, que otrora pululaba por los antiguos lagos de esta ciudad, era un dios que cambió de forma para eludir el sacrificio.
Sin embargo, lo que queda de su hábitat hoy día – una red de canales contaminados, atascados de peces hambrientos, importados de otro continente – podría resultar ser una amenaza ineludible.
“Están a punto de extinguirse”, dijo Sandra Balderas Arias, una bióloga de la Universidad Nacional Autónoma de México que trabaja para la conservación de los ajolotes en la naturaleza.
Con la pérdida de esta salamandra en su hábitat, se estaría extinguiendo uno de los vínculos naturales que todavía tienen los mexicanos con la ciudad que construyeron los aztecas en las islas, en una red de vastos lagos montañosos. Su extinción en la naturaleza podría borrar también las pistas para que los científicos estudien sus características de difícil comprensión.
A pesar de su futuro precario en aguas dulces, los ajolotes han crecido fuertes en acuarios desde hace tiempo. Se los ha criado exitosamente detrás de vidrio en el último siglo, como mascotas exóticas o especímenes de laboratorio para que los científicos investiguen su extraordinaria capacidad para regenerar la cola o las extremidades cercenadas. El ajolote mexicano es una salamandra de aspecto raro, con cabeza aplastada y patas con crestas, poco común porque con frecuencia pasa toda su vida en el llamado estado de larva, como un renacuajo, sin nunca movilizarse hacia la tierra.
“Crece y crece con la misma forma, y tiene la capacidad de reproducirse”, dijo el biólogo Armando Tovar Garza. “Realmente no sabemos por qué no cambia”.
Su mirada parece cautivar mientras bate lentamente las branquias. En el cuento de Julio Cortázar, “Axolotl”, el narrador se paraliza – “Me quedé mirándolos una hora y me fui, incapaz de pensar en ninguna otra cosa”. _, y experimenta su propia metamorfosis.
Los aztecas consumían ajolotes como parte de su dieta, como lo hacen sus descendientes, y los anfibios todavía se mezclan con un jarabe como remedio popular para padecimientos respiratorios.
Sin embargo, en su único hogar, los canales de Xochimilco, en el extremo sur de la ciudad, el declive del ajolote ha sido drástico. Por cada 60 que se contaron en 1998, los investigadores sólo pudieron encontrar uno una década después, según Luis Zambrano, otro biólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Deslizándose en una embarcación de fondo plano por los canales donde los aztecas cultivaron alguna vez huertos flotantes, pero a los que hoy se tiran desechos desde las casas de bloques de hormigón y los estudiantes lanzan latas de cerveza durante sus fiestas, Tovar describió las amenazas.
“El ajolote sufre en dos frentes”, señaló, mientras música estridente y el olor a alcantarilla llenaban el aire. “Uno es la calidad del agua. No está mejorando”.
Luego, mientras aparecían hoyuelos en la superficie quieta del canal, como gotas de lluvia antes de un diluvio, otro investigador se inclinó y se evidenció la segunda amenaza para el ajolote. “¿Ve cómo se mueve el agua? ¿Todos esos círculos?”, preguntó el investigador Leonardo Sastre Báez, quien monitorea la pesca. “Son tilapias”.
Ese pez con gran capacidad de recuperación se introdujo hace más de 20 años, junto con la carpa, en un esfuerzo por apoyar a los pescadores de Xochimilco.
“El gobierno pensó: ‘Si la gente no puede trabajar, al menos puede comer’”, explicó Sastre. Sin embargo, las tilapias se reproducen más rápido de lo que se las puede pescar, y se alimentan vorazmente de las plantas donde los ajolotes ponen sus huevos.
El gusto de los mexicanos por los ajolotes ha perdurado, lo cual ha generado fuertes reacciones en los europeos al paso de los años. El naturalista y explorador Alexander von Humboldt escribió en el siglo XIX que los mexicanos a los que él observó vivían “en gran miseria, obligados a alimentarse de raíces de plantas acuáticas, insectos y un reptil problemático, llamado axolotl”.
Otros no estuvieron de acuerdo con la interpretación.
“¿Han comido alguna vez ranas?”, preguntó Roberto Altamirano, el presidente de la asociación de pescadores, quien comía ajolotes cuando era niño y ahora trabaja para salvarlos. “Bueno, a eso saben. Algo entre pescado y pollo”.
Las terribles condiciones de Xochimilco han generado un debate entre los biólogos. Algunos son categóricos en cuanto a que se debería preservar al ajolote sólo en su entorno, pero otros están convencidos de que puede sobrevivir sólo si se introducen nuevas poblaciones en otras partes.
“No se trata sólo de rescatar al ajolote, se trata de rescatar a todo el sistema de Xochimilco”, notó Zambrano.
Los ajolotes estuvieron alguna vez hasta arriba de la cadena alimenticia – se comían insectos, gusanos, crustáceos e, incluso, pescaditos _, y su sobrevivencia ininterrumpida en los canales es un signo de que el ecosistema de Xochimilco puede perdurar también. Encontrarles un nuevo hogar equivaldría a darse por vencidos, argumentó Zambrano.
“Es como decir: ‘Para rescatar a los osos polares, los vamos a tener en zoológicos’”, dijo. “O: ‘Vamos a construirles un refugio realmente frío en el Amazonas’”.
La solución de Zambrano es dual. Primero, promueve métodos tradicionales de agricultura porque cree que las prácticas aztecas proporcionan una alternativa a los pesticidas y fertilizantes que contaminan y que han adoptado muchos campesinos en Xochimilco. Ha encontrado a unos cuantos dispuestos a ayudarlo en su trabajo, y, en un giro, está moliendo las tilapias para hacerlas fertilizante orgánico.
También está creando una serie de pequeños refugios sin tilapias, bloqueando las entradas a ciertos canales. Tras colocar rastreadores en ajolotes de prueba, el equipo se sorprendió al ver cuán vigorosos estaban en el hábitat natural.
“En el laboratorio, realmente no se mueven, y aquí están muy activos”, expresó Tovar. “Están más despiertos”.
Los ajolotes también han estado creciendo más rápido en los canales aislados. Otro equipo de investigadores empezó a probar un nuevo hogar, lejos de los múltiples problemas de Xochimilco, en un lago artificial en Tecámac, a cerca de una hora de la Ciudad de México.
“Podíamos apreciar que colocar a los ajolotes allí sería como enviarlos al matadero”, dijo Balderas, la bióloga, refiriéndose a Xochimilco. “Si buscábamos otro lugar, podríamos darles una mejor vida, como la que tenían antes”.
Balderas y su ayudante Marlen Montes Ruíz, monitorean los ajolotes criados en el laboratorio para ver si son capaces de cazar escorpiones de agua y otras presas, y arreglárselas después de que se los consintió durante tanto tiempo. Hasta ahora, dicen, los ajolotes se han adaptado bien e, incluso, se han vuelto expertos en esconderse de los investigadores, tal como el antiguo dios eludió a sus captores. Pueden pasar horas para sacar a todos los ajolotes el día en el que los miden.
Cuando Montes iba a depositar de nuevo en el estanque de prueba a una hembra, ésta empezó a ondular la cola. Aflojó los dedos alrededor del torso y la criatura se deslizó bajo el agua, por un lugar verde, iluminado por el sol, y luego se confundió con el marrón oscuro.
“Hay muchos escorpiones de agua; estarán bien”, dijo. “Realmente se pierden aquí”.